Estudio realizado por Blanca Gimeno Bayón Capmany y Lucía Pose Dallmann
La situación provocada por la pandemia impuso el reto de encontrar nuevas maneras de acompañar a los pacientes atendidos en los servicios de salud mental. En este marco se inició un estudio para valorar el impacto psicológico del confinamiento en personas que presentaban una enfermedad mental y las estrategias que utilizaron para afrontarlo.
Se creó un cuestionario anónimo y online que se hizo extensivo a varios recursos de salud mental de la red pública a finales de abril y principios de mayo de 2020. El método de recogida de información utilizado fue una encuesta web utilizando Google Forms. De los resultados se extrajeron también algunas reflexiones sobre las intervenciones posibles.
La encuesta obtuvo una muestra de 162 personas provenientes de las entidades Centre de Formació i Prevenció (CFP), Clínica Arenys de Munt (CAM) y AREP para la Salud Mental (Arep).
La comparativa muestra las diferencias y particularidades de cada entidad, así como las afectaciones más o menos pronunciadas por el confinamiento durante la pandemia del COVID-19.
El cuestionario pretende explorar efectos psicológicos a partir de unos indicadores específicos, acotados y definidos a partir de una revisión bibliográfica amplia, que incluyen el miedo al contagio, alteración en rutinas y hábitos (sueño, hambre y alimentación), vínculos interpersonales, sedentarismo, alteración y trastornos del sueño, irritabilidad, dificultades para respirar, angustia y/o pánico, necesidad de hablar con un profesional de la salud mental, tristeza y/o depresión, evitación y/o negación del problema.
Las estrategias de afrontamiento son abordadas en el cuestionario con indicadores como la capacidad para mantenerse activo y evitar el aburrimiento, el tipo de actividades realizadas, la actividad física, el soporte de profesionales de la salud mental y el soporte social (familia, amigos, pareja, etc.), la resiliencia y la capacidad de tener pensamientos positivos, esperanza y visión de futuro.
Una de las consecuencias ha sido el aumento de la sintomatología relacionada con la ansiedad, las reacciones fóbicas y la depresión, la inactividad y la anhedonia. El 67,6% ha sentido tristeza o depresión durante el confinamiento.
Impacto psicológico
Los ítems que valoran indicadores sintomáticos o clínicos (sueño, hambre, irritabilidad, dificultades para respirar, angustia, pánico, necesidad de hablar con un profesional, tristeza, depresión, evasión del problema) revelan una afectación a raíz del confinamiento, presentando nueva sintomatología o agravando la previa. El confinamiento y la crisis sanitaria experimentada como una vivencia traumática irrumpió sorpresivamente, dejándolos desprovistos de las significaciones y referencias que habitualmente los orientaban.
El 76,2% experimentó dificultades para respirar y un 45,1% sintió angustia o pánico, en muchos casos síntomas físicos articulados a malestares subjetivos. Una reacción defensiva posible es mantenerse alejado del contacto social. Así, un 41% de las personas manifestó miedo a salir de casa. La pandemia nos deja como uno de los efectos psicológicos el temor hacia el exterior y los otros. Los fantasmas paranoicos y persecutorios aparecen o se acentúan.

Otro efecto fue la dificultad para mantener la calidad del sueño. Así un 60% ha presentando alteraciones en el ritmo circadiano y trastornos del sueño. El confinamiento hizo que las rutinas diarias se vieran afectadas, así como el hecho de bajar el nivel de actividad y el ejercicio físico: se redujo el movimiento físico mínimo y necesario para quemar energía y provocar cansancio. Se incrementó el tiempo dedicado a mirar la televisión o realizar actividades sedentarias.
Las alteraciones del sueño generalmente se asocian a preocupaciones o malestares psíquicos que no permiten una completa relajación para conciliar el sueño. La amenaza del virus comportó niveles altos de estrés, incertidumbre y la variación de los parámetros habituales y conocidos que orientan, activando así mecanismos de alerta y defensa.
Los hábitos conllevan rutinas mecanizadas en relación a actos cotidianos como comer, dormir o la higiene; uno de los factores que permiten mantenerlos es la instauración simbólica de un adentro y un afuera. La pandemia reorganizó los escenarios cotidianos de las personas, instaurando un afuera peligroso y obligando a las personas a vivir las 24 horas dentro del domicilio, con la consecuente dificultad de discriminación entre interior y exterior. Posiblemente éste haya sido un factor determinante en la afectación de las rutinas y hábitos.
Estrategias de afrontamiento
La cuarentena impuso un tiempo de espera, una pausa a la vida. Esperar no es lo mismo que “ocupar el tiempo”. (Dipaola et al., 2020). La opción con más respuestas fue mirar la televisión. Se trata de una actividad pasiva, sedentaria y puede realizarse en solitario. La televisión tuvo así una doble función: defensa y evasión del problema.
Una exposición prolongada a las noticias, rumores, informaciones cambiantes y contradictorias puede provocar un aumento de la desesperanza, la ansiedad y la depresión.
Un 24% de las personas expresaron que lo que las hizo sentir mejor fue realizar actividades cognitivas o creativas. En cambio, para muchas de ellas, relacionarse con otras es lo que les reportó más bienestar, aunque fuera de manera virtual, permitía compartir un momento con otros y salir de sí mismas. La capacidad de tener y sostener lazos es uno de los aspectos que se trabajan en los SRC’s, y es un factor resiliente que una parte de la muestra haya podido encontrar en el vínculo con otros un pilar para sostenerse.
Otra estrategia de afrontamiento se ve reflejada en el alto porcentaje que sintió la necesidad de hablar con un profesional. El 84% afirmó haberse sentido acompañado durante el confinamiento. El soporte familiar, de amigos y de los profesionales sanitarios, se convirtieron en herramientas claras de afrontamiento.
Un 82,6% respondió tener sentimientos positivos durante el confinamiento. La esperanza quedó reflejada en la pregunta por un futuro “desconfinado” que mejoraría su situación anímica.
¿Y después del confinamiento?
Las situaciones adversas también propician actos creadores. Es así como se establecieron alternativas para dar continuidad al acompañamiento: confinados, pero no aislados. Pero ¿qué sucede con el regreso a lo presencial?
Es importante poder distinguir los efectos surgidos a partir del acontecimiento traumático de aquello propio de la historia de cada persona. Cada sujeto hará una interpretación e intentará darle un sentido a la nueva realidad a partir de su propia subjetividad y, por tanto, son efectos no generalizables. La situación sacó a la luz acontecimientos traumáticos anteriores, miedos y angustias latentes. Personas que previamente estaban aisladas, se sintieron aliviadas, por primera vez se sentían “como los demás”: confinados. Las respuestas emocionales son tan variadas como historias personales hay.
Será importante poder acompañar a las personas para que puedan encontrar respuesta a lo que les pasa, dándoles un lugar de dignidad y responsabilidad (no todo es el virus, ni todo tendrá una respuesta gubernamental o de la medicina). No se trata de negar ni de tapar el sufrimiento, sino de acogerlo, escucharlo y abrir un espacio donde encontrar maneras personales de minimizarlo.
El COVID-19 ha monopolizado nuestro mundo, todo ha quedado en suspenso. Es necesario volver a abrir un lugar para que aparezca la demanda de la persona y su propio malestar, lo que lo trae a consultar o visitarse.
Uno de los efectos subjetivos más importantes que vemos es el miedo al mundo exterior y a los otros. Los servicios de salud mental tendrán que potenciar más que nunca los vínculos y no normalizar el distanciamiento social y afectivo.
Otro punto troncal a trabajar será la recuperación de hábitos saludables, rutinas y ocupaciones. El confinamiento reforzó malos hábitos y dificultó mantener algunas prácticas saludables, por tanto, la tarea de rehabilitación comunitaria tendrá nuevos desafíos a partir de los efectos que nos deja la pandemia. Debemos reforzar y poner en marcha las habilidades propias y competencias, otorgando responsabilidad e implicación a las personas atendidas.
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