Por Mariana Fiksler, psicóloga especialista en Psicología Preventiva, crianza, mujeres, pareja y familia
– La demanda es demanda de amor-
(Una excepción)
Una de las personas que rigen (de alguna manera) caminos de un pueblo, ciudad, país, ha gritado “Vete al médico” a un edil que casi, por primera vez, habló claramente de la necesidad de considerar la salud mental para la población, en especial la de menores recursos económicos. Salud Mental: ese gran ignorado.
Pero ese grito de un representante del pueblo muestra la urgencia de considerar la asistencia en salud mental para aquellas personas que tienen a su cargo la toma de decisiones que, como población, nos involucra. No cualquiera puede tener en sus manos el permiso, legitimado por elecciones, de tomar decisiones acerca de nuestras vidas, nuestra educación, nuestra medicina, nuestro medio ambiente o nuestra moral.
Podría ser peligroso, podría hasta implicar que un violador sea exculpado o un inocente culpabilizado (hasta con argumentos falsos), podría implicar retrocesos imperdonables no solo por la irreverencia para con logros de años de espera sino por la involución.
Las personas que ocupan cargos oficiales que implican decisiones trascendentales, sean escaños, juzgados, bufets, asesores parentales, cargos de alta responsabilidad y cada vez menos jerarquía, deberían ser evaluadas previamente pues por esa falta de pronto nos encontraríamos con cargos que separan familias con muros infranqueables, que no cambian ni modifican nada sino que se limitan a criticar y ver, literalmente, la paja en el ojo ajeno confundiéndolo con cambio. Que, básicamente, se olvidan de aquellos a quienes representan o nunca consideraron.

Hay cargos que no aportan nunca nada para mejorar nada, que obstaculizan y repelen, que acechan para no aceptar nada que no hayan dicho o pensado, para culpar a todos hasta de sus errores. Gente patológica. Gente en la que no cabe la ternura.
Y si no hay afecto hay enfermedad.
Hay patologías socializables, que pueden compatibilizar con cargos de conducción, pero aquellos marcados por carencias afectivas llevarán a cabo estas tareas, en particular, con absoluta falta de empatía, básicamente por desconocimiento, por ser producto de un patrón desafectivizado, sin que sus deseos o necesidades fueran siquiera vistos en su momento y así desempeñarán sus cargos políticos con ignorancia de las necesidades del otro.

La falta de empatía es carencia de afecto.
Hay caracteropatías que atentan contra la evolución; su frase regente es: Yo soy así, y tras el yo soy así no sólo no cambian nada en lo personal sino que sus áreas se detienen, que se frena la evolución porque el cambio atenta contra la desestructuración de su débil estructura psíquica y emocional.
La mirada de un profesional de la salud mental podría ayudar a desatascarse incluso en sus propias vidas, ya no sólo en la dirección que ejercen en la vida de tantos y tantas.
Votar sí o no es un trámite veloz, por ejemplo votar una ley que casi no requiere tiempo. Se trata de pensar en el otro al decir que sí o que no.
La clase política y alrededores vive en contacto con un poder personal “impostado”, y aunque lo crean eterno, es efímero. En su fantasía de poderío aumentan sus niveles de narcisismo que involucra falta de empatía y humanidad.
No se puede hacer Patria sin ternura.
- – El narcisismo puede hasta ser algo bueno, sano podríamos decir, si, como dijo Marie-France Hirigoyen, habla de seguridad para autoafirmarse. Seguridad, no imposición.
Imponer es debilidad, recuerda el porque lo digo yo dicho dando un golpe en la mesa del comedor familiar; porque la infancia nunca está ausente de la personalidad (su carencia de afecto entre otras ausencias) y marca la vida de cada persona lo que repercute infinitamente si la persona que arrastra dolores y faltas eternas tiene a su cargo pueblos cuyas demandas serán eternamente negadas y, hasta castigadas, como a su artífice le ocurrió y no superó.
Un psicólogo es el decodificador, el traductor de esas faltas que, vistas, elaboradas, cambian destinos personales y, en el tema que nos ocupa, destinos masivos.
Un político, un cargo, sólo debería tener el poder de la empatía, el altruismo y la ternura, de lo contrario no debería ocupar ese sitio de poder alucinado.
Se legisla para la ciudadanía. El beneficio es del otro, no de uno. Quien no lo entiende así equivocó su lugar en el mundo, o se lo permitieron.
Quien oye y mira desde de la sordera y la ceguera no puede dirigir a nadie, escasamente a si mismo. Esto lo detecta un profesional de la salud mental, es más, sus consecuencias nefastas para la vida de los pueblos las evitarían los profesionales de la salud mental.
Los psicólogos, las psicólogas, entre muchas tareas, pueden ayudar a efectuar esa necesaria conexión con el afecto, emoción altamente temida por aquellos cuyo objetivo es respetar la ley paterna imponiendo, sin escucha y sin mirada.
El afecto, la emoción, la empatía, la solidaridad, el respeto; la ternura en definitiva no pueden estar ausentes de la clase gobernante so pena de dirigir masas de tristeza, frustración y carencias, cuando no rencor.
Nunca mejor visto en este año de nuestro globalizado mundo que incluyó vocablos: distancia, mascarilla, guantes, gel, sanitarios, alcohol, lavado, hidroalcohólico, pandemia, confinamiento, ola, contagio, aplausos, olvido, soledad, muerte. Palabras que realzaron inmensamente la falta de empatía, de solidaridad, de cuidado del otro, en no pocos casos y que, de una manera u otra, condujeron a matar la muerte de los muertos con la ignominia.
Pero hay el narcisismo patológico, peligroso en quienes dirigen destinos de millones de personas, una de cuyas manifestaciones consiste en apabullar o desoír escudado en risas ante lo que el otro, el diferente dice. Se llama invalidación.
Quien habla velozmente, dando voces , “apabullando”, anulando, no dando espacio al otro para esgrimir su opinión pero si la escucha la desecha (porque no es la suya) no exhibe fuerza ni seguridad alguna, solo da una triste muestra de su triste y peligrosa debilidad.
Una persona débil, lábil, insegura, manipulable, sedienta de un espacio en el mundo donde “crea” tener poder no debe conducir los destinos de millones de personas.

Gobernar no debería ser despotismo: (incapacidad, ignorancia y debilidad encubiertas).
Una persona centrada en si misma, en si mismo y sin la menor empatía con la existencia de necesidades que no sean las suyas no puede ocupar un sitio que implique la toma de decisiones que involucren a otros por ser manifiestamente antisociales y con actitudes de sadismo destacables en las que hay una absoluta falta de empatía con las necesidades individuales o sociales que no les atañen. Una persona cuyo rango de conceptos es diminuto, que sólo se guía por escasos conceptos cuadriculados como fórmulas matemáticas inamovibles no debería ser quien decida por nadie más que por si mismo por ser enemigo de la evolución, del crecimiento y de la libertad.
En mentes cuadriculadas no hay un mínimo espacio para el afecto.
Algunos, bastantes, personajes políticos cuando se ven enfrentados a la emancipación del otro/a se sienten relegados, relegadas; fracasados. Si no dominan, si no cercenan, si no castigan, no sirven para nada, son personas altamente vulnerables disfrazadas de dominantes por ley. Disponen de la ley. O de su transgresión cuando les es conveniente.
En más de un caso se trata de, lisa y llanamente, maldad, y haber encontrado el sitio desde donde ejercerla; contra el diferente, contra todo aquel, toda aquella que, por ideas, raza o religión, exhiba un camino que no es el que le han marcado sus padres, fundamentalmente. Es el lugar donde castigar lo que para esa persona es transgredir como, probablemente fueron castigados en su vida.
La historia personal nunca está lejos ni al margen de los caminos tomados en la adultez.
Esos caminos se toman, no se eligen, hay una direccionalidad ineludible, un mandato, un destino que de no ser acatado implicaría traicionar el legado familiar.
Esto lo podría recomponer la psicología preventiva, sino los pueblos terminan siendo castigados como sus dirigentes fueron castigados y acallados en la infancia, haciendo activo aquello que sufrieron pasivamente en particular durante los años de crianza en el seno del hogar familiar y esto incluye apelar a sembrar el miedo como el que, probablemente sintieron en su infancia ante la posibilidad de castigos por no cumplir con los preceptos paternos. Generalmente paternos.
Un mal político es aquel que no puede transgredir “la ley del padre”, es decir: elegir.
Así, las personas que rigen destinos de personas avasallan (creen triunfar) a pura prepotencia de patología, mitomanía, manipulación, toxicidad sin escatimar medios para imponerse a riesgo de parecer débiles.
Cambiar es ser débil.
La ternura es vista como sinónimo de debilidad.
Pero triunfan para sí mismos, para sus arcas, para su patológica amnesia, como una reverencia, como un guiño, como una honra a sus antepasados. Amnesia o hasta ignorancia, en particular del sentido real y olvidado, no pocas veces, de la política: el bienestar de los ciudadanos, los países, la Tierra.
Pierde la ciudadanía, pierde además porque sus dirigentes, no evaluados antes de ejercer esos cargos, desarrollan una autoafirmación desmesurada o bien proyectan la vergüenza (de su debilidad oculta) sobre otro (cualquiera que no sea él mismo o sus ideas) despreciándolo y desvalorizándolo al tiempo que se coloca él mismo sobre un pedestal (endeble y quijotesco).
Se supone que un político está al servicio de los ciudadanos. Se espera de ellos coherencia, moral, abnegación, honestidad y solidaridad. Ser un ejemplo.
Cada vez más, la política, en muchos de sus ejecutores (palabra no inocentemente elegida) es fraude, estafa, beneficio personal, poder; es lo que diferencia la ética y el saber de la sed de protagonismo como objetivo con total ausencia de empatía, cuando no humanidad; una amenaza para los ciudadanos. Probablemente cuando el tiempo avanza y se empiezan a descubrir las características de algunos cargos directivos, los traspiés, las injusticias y, a veces, las inmoralidades, ya es tarde, ya hay desempleo, enfermedades, injusticia y vivienda precaria, si la hay. Hay muchos nuevos ricos también.
Debería haberse detectado antes de que fueran, siquiera, votados. Un profesional de la salud podría detectar si un individuo es peligroso tanto para si mismo como para los demás.
Tal vez mucho de esto se pudo haber evitado en muchos tiempos anteriores, tal vez, por el ingenuo deseo de que psicólogos hicieran entrevistas diagnósticas con todo/a aquel/la que tuviera en sus manos los destinos de un pueblo, una nación, una patria: vidas.
Entrevistas diagnósticas que traducen, decodifican, interpretan lo que está detrás de lo que se muestra, eso que no aparece en las campañas electorales pero que, ineludiblemente sale; por el narcisismo, por las patologías, por eso que el poder presta con intereses elevados, durante el éfimero tiempo en que es poder.
Para que la política sea una cuestión de poder ser sutil, humano, ético y creativo y no una cuestión de poder.
Comenta l'article