Alfredo Oliva es doctor en psicología, es profesor titular e investigador del departamento de Psicología evolutiva y de la educación de la Universidad de Sevilla y es experto en adolescencia. También es investigador de “Procesos de desarrollo y educación en contextos familiares y escolares”.

¿Qué periodo debemos entender por adolescencia actualmente?
Entre quienes trabajamos en estos temas hay un cierto consenso. Se considera que la adolescencia es el periodo que empieza con la pubertad y que termina con la tercera década de la vida. Es decir, en torno a los 20 -21 años ya preferimos hablar de adultez emergente, adultez temprana, o bien juventud.
Así mismo, aclarar que el periodo entre lo que son los 12 años y los 18 o 19 es relativamente amplio, con lo cual también dentro de la adolescencia diferenciamos tres períodos, lo que sería la adolescencia temprana, la adolescencia media y la adolescencia tardía.
¿Desde su punto de vista, qué nos puede aportar saber qué entendemos por conductas de riesgo enclavadas en esta etapa?
La conducta de riesgo, o, mejor dicho quizás, “conducta de asunción de riesgo”, que sería la traducción más correcta del término Risk-taking behaviors, sería aquel subconjunto de lo que llamamos conductas de búsqueda de sensaciones.
Es decir, las conductas de búsqueda de sensaciones son aquellas que provocan algún tipo de excitación. Pero éstas no tienen necesariamente por qué llevar aparejada una consecuencia indeseable a nivel de salud o a nivel de seguridad. Por ejemplo, si unos/as chicos/as se montan en la montaña rusa, o hacen puenting, pueden hacerlo en unas condiciones de seguridad, porque el riesgo es muy bajo. Pero llega un momento en que el riesgo empieza a subir, ¿no? Si un chico, o una chica, conducen bajo los efectos del alcohol, o tienen relaciones sexuales sin protección, estaríamos entrando ya en lo que son conductas de asunción de riesgo, porque las consecuencias indeseables son bastante probables. Por lo tanto, conducta de búsqueda de sensaciones sería el conjunto más amplio y dentro de ese conjunto más amplio, habría un subconjunto que serían las conductas de asunción de riesgo mucho más temerarias.
Claro, si se entiende la adolescencia como una época de exploración, nos gustaría saber: ¿Hacia dónde se dirige esa exploración, y en qué términos se dirige? ¿Con qué seguridad uno explora y en qué terreno explora?
Hay evidencias empíricas que la prevalencia de conductas de riesgo empieza a aumentar en torno a los 13, 14 y 15 años, y también que empieza a disminuir en la tercera década de la vida. Hoy en día sabemos, por los estudios con técnicas de neuroimagen, que el cerebro del adolescente experimenta cambios que son muy llamativos en la segunda década de la vida.
Estos cambios llamativos afectan fundamentalmente a dos circuitos cerebrales. Uno seria el circuito que pone en marcha los impulsos, que es el sistema mesolímbico, y que es el responsable de las sensaciones placenteras que sentimos. Esa sensación, en los adolescentes, con las hormonas que empiezan a liberarse en la pubertad, los sobreexcita. Es decir, que esa sensación placentera es mayor.
El otro circuito cerebral, el circuito cognitivo, reside en la corteza prefrontal. Este controla los impulsos e influye en la toma de decisiones y en la planificación de conductas para conseguir un determinado objetivo. Pero este circuito aún está inmaduro, y no madurará por completo hasta bien entrada la tercera década.
Eso no quiere decir que el adolescente, en situaciones de baja excitación a partir de los 17 años, no pueda funcionar de una forma muy parecida a la de un adulto, pero en otro tipo de situaciones donde ese sistema mesolímbico está muy excitado, ahí realmente, es donde el cerebro del adolescente empieza a hacer aguas y a no funcionar igual que el de una persona ya más madura. Es como una moto que tuviera un motor muy potente, con muchos caballos, pero unos frenos y una dirección aún inmaduros para controlar esa potencia.









¿Será difícil poner freno a esa expansión, y más cuando están en grupo?
Por una parte está demostrado que, cuando están en grupo, los adolescentes se implican en más conductas de riesgo que cuando están solos. E incluso solos, actúan de manera más adulta. Sin lugar a dudas, en realidad, el freno es una competencia personal tan fundamental en nuestra vida como el autocontrol.
El problema del adolescente sería la carencia de autocontrol. Tenemos un estudio donde niños/as/adolescentes de 12 o 13 años muestran tener más autocontrol que los de 14 o 15, porque probablemente el sistema mesolímbico no está tan hiperexcitado a los 12 como a los 14. Luego ya empieza a recuperarse el autocontrol a partir de los 19 o 20 años.
Pero para la construcción de la identidad personal, el adolescente necesita implicarse, abrirse al mundo, tener experiencias… porque esas experiencias que conllevan un riesgo son, también, experiencias que le van a ayudan a madurar. En la adolescencia, la plasticidad cerebral en algunas zonas es tan grande, me atrevería a decir, como en la primera infancia. ¿Eso qué quiere decir? Que las experiencias de estos chicos y chicas van a ser fundamentales para su desarrollo personal.

¿Cómo se relaciona el apego de los progenitores, padres o madres, o cuidadores/as a cargo de estos/as adolescentes y estas conductas de riesgo?
El apego, que es el vínculo que se establece con los cuidadores sobre todo en el primer año de vida del niño o niña, tiene distintas expresiones o distintos modelos. Simplificándolo mucho, puede ser un apego seguro, que es cuando las necesidades del menor son atendidas por quienes tienen que cuidarle, y un apego inseguro cuando no. A veces, el apego es lo que llamamos ambivalente, cuando las necesidades del menor unas veces son atendidas y otras veces son desatendidas, con lo cual en el menor se crea una inseguridad. A partir de aquí, la relación de apego puede ser de evitación que es cuando el adolescente muestra un rechazo.
Cuando hay una consistente y permanente falta de atención a esas necesidades, en realidad, más que crear una sensación de dependencia, como sería el caso del inseguro ambivalente que yo llamo muchas veces, “inseguro pegajoso” (puesto que hay mucha ansiedad en esa relación y buscan de forma desesperada la atención), muchas veces lo que se consigue es lo contrario, un apego evitativo, y lo que busca ese adolescente es una autonomía absoluta. El adolescente piensa: si no puedo confiar en esa persona adulta que debe apoyarme, que debe darme cariño y satisfacer mis necesidades, pues entonces tengo que ser autosuficiente.
Nos podríamos extender mucho con las distintas relaciones de apego en función de un mayor o menor grado de ansiedad, de seguridad, de control emocional, etc. y cómo se traslada esto también a las relaciones de pareja. De esta manera los sujetos seguros van a ser más seguros en sus relaciones de pareja, los ambivalentes van a resultar más celosos y con más dependencia, mientras que los evitativos van a tender más a evitar relaciones emocionales.
¿Hay relación entre el modelo de apego establecido y la conducta del adolescente?
Sí, sin duda, sí. Hay estudios que encuentran que el apego seguro establecido en la infancia, esa regulación emocional que establecen mis padres cuando atienden mis necesidades, se convierte en un autocontrol más sólido durante los años de la adolescencia y en una mayor autoestima.
Si nos movemos en el terreno de las neurociencias, hay estudios con resonancia magnética que encuentran relación entre un apego seguro en la infancia y un buen desarrollo cerebral, un buen equilibrio.
Háblenos de qué otros problemas podríamos enmarcar que son frecuentes en la adolescencia.
Los problemas son muy espectaculares, y muchos de ellos generan mucha preocupación social. El consumo de sustancias, las conductas antisociales, los problemas de alimentación, etc. Pero a mí me gusta poner siempre el foco en los problemas emocionales, es decir, los problemas ansioso-depresivos. ¿Por qué? Pues por lo que generan. No son tan espectaculares, no son tan llamativos, porqué cuando hay una chica que tiene un problema depresivo en un aula, no es tan disruptiva. Por lo tanto, tendemos a prestarle poca atención. Hay problemas externalizados, pero también hay que dar suma importancia a los internalizados.












Sobre los medios de comunicación ¿Por qué la imagen social sobre la adolescencia es tan negativa?
Desde tiempos muy pretéritos, la imagen siempre ha sido negativa. Por lo tanto, responsabilizar de forma exclusiva a los medios de comunicación tal vez sea un poco injusto, porque antes de que hubiera medios de comunicación, los adultos siempre hemos tendido a pensar de una forma parecida sobre los adolescentes. Lo que hay que trabajar es incluir modelos de conducta positiva que tienen muchos adolescentes con proyectos solidarios, iniciativas de voluntariado, etc., en los medios.
¿Qué nos podría comentar del modelo de déficit versus el modelo de competencias?
Sí, es el típico dilema entre prevención de problema, o promoción de desarrollo. Nuestro modelo, que se basa en el trabajo de prevención, es un modelo muy válido, pero tiene que ser complementario. Porqué en lugar de buscar los factores de riesgo para prevenir el problema, lo que buscamos son los factores que vamos a denominar activos para el desarrollo. Vamos a ver cuáles son los factores que hay en las familias, en la escuela, o en la sociedad, que promueven competencias y desarrollo positivo.
Siempre digo que es un modelo de 2 por 1, porqué lo que nos indican nuestros estudios es que esos activos para el desarrollo no solo promueven la competencia, sino que a la vez previenen el desarrollo de esos problemas. Por tanto, hay que buscar cuáles son esos factores que hacen que el adolescente tenga más autoestima, tenga más valores, tenga más autocontrol y tenga más inteligencia emocional.
¿Qué características debe tener un estilo marental/parental para que podamos brindar ese apoyo a nuestros/as adolescentes?
Yo, si tengo que destacar una, la primera sería el afecto y el apoyo. La comunicación, la dimensión emocional, la dimensión afectiva, para mí es la fundamental. En segundo lugar, la dimensión estructural, que tiene que ver con los límites, con la supervisión, con las experiencias de la cuales yo le doto, el ejemplo que le doy, el feedback que le doy cuando lo está haciendo bien y se ha esforzado con independencia de los resultados. Así entendemos la estructura. Prefiero hablar de estructura que de control. Y en tercer lugar, la promoción de la autonomía, que durante la adolescencia es fundamental. Un adolescente tiene una búsqueda desesperada de autonomía.
¡Pues nos quedamos con esta receta! Nos vemos en la Jornada el 19 de noviembre.
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