9 de NOVIEMBRE, DÍA MUNDIAL DE LA ADOPCIÓN: ¡Felicidades a todos los niños y niñas adoptados!

Reflexió i pràctica

Por Beatriz Salzberg, psicoanalista, directora del área psicosocial de Kune (entidad de asociaciones adoptivas) y miembro de la Comissió de Psicoanàlisi del COPC.

Sabemos que ellos y ellas han recorrido un camino difícil hasta llegar a sus nuevas familias. Al inicio de sus vidas ha habido dolor, desamparo, soledad, miedo. Una vez realizado el acoplamiento a las nuevas familias, estos niños y niñas han tenido la fuerza y la valentía de aprovechar una segunda oportunidad que les ha brindado la vida; la de crecer en otra familia. La adopción pone de manifiesto que lo esencial de la maternidad y la paternidad no se juega en el plano de lo biológico, sino en el orden de lo simbólico, es decir, en el deseo de ser hijo o hija. En haber encontrado una familia que con su deseo, cariño y paciencia los han convertido en sus hijos o hijas.

Toda adopción se inicia con un acto jurídico que enraíza al niño o niña en una nueva genealogía. A partir de ahí da comienzo la adopción subjetiva, ya presente en los padres y/o madres desde el inicio del proceso. Esta etapa es más larga y compleja que la anterior porque pone en escena la singularidad de cada uno de los actores. Ella une el destino de los padres y/o madres con el de los hijos o hijas.

Al principio las personas adoptivas son lejanas, pero gradualmente los acercan a lo más íntimo: la construcción de la familia adoptiva. Para que ello se logre con éxito, la adopción subjetiva debe comenzar por los padres y/o madres y concluirá cuando el niño o niña se sienta seguro porque ya ha encontrado su lugar para siempre. Reitero, la adopción subjetiva es un proceso mutuo, recíproco y asimétrico, que culmina con la aceptación de ese niño o niña, que ya se siente hijo o hija de esos padres y/o madres. Hasta lograrlo, la persona adoptada pasa por muchas etapas: el desconocimiento de lo nuevo, el miedo a la repetición de la deprivación temprana -volver a revivir los traumas más primarios-, o estar de paso en esa familia siguiendo la línea de la precariedad de sus vínculos. En conclusión, necesitará mucho tiempo de estabilidad emocional y constancia de su hábitat, para barruntar que algo nuevo se ha producido: comprobar que hay constancia en sus rutinas, que se acrecientan los vínculos con sus padres y/o madres adoptivas… para que la precariedad vivida y sentida hasta entonces vaya cediendo espacio a la seguridad, la constancia y la creación de buenos momentos.

La dedicación de los padres y/o madres, el acompañamiento que llevan a cabo centrado en sus hijos o hijas, es un sostén emocional. Los momentos de alegría y lúdicos, encuentros fundacionales. Todo ello instaura en la persona adoptada un proceso de reaseguramiento de su lugar como hijo o hija. Será entonces cuando acepte como su familia a quienes lo adopten. Esa nueva familia le da ánimos, lo consuela en su llanto, su angustia, lo escucha, juega con él o ella, le habla, le hace sentir calidez… Y es entonces cuando ese nuevo sitio comienza a convertirse en su hogar. Pertenece a esa familia y ahora, como hijo o hija, crece en el mejor lugar. Cuando esto ocurre, la persona adoptada se ha identificado simbólicamente con su nueva familia y empieza a construir a partir de ahí su identidad.

Todo niño o niña adoptado debe saber desde su corazón que empieza a crecer para alguien, porque eso es lo que inicia la cicatrización de las heridas y permite superar progresivamente el duelo por lo perdido, su único mundo hasta entonces: sus cuidadores y cuidadoras, sus compañeros y compañeras, sus olores, su comida, su hábitat, a veces su lengua originaria. En definitiva, lo que hasta entonces fue su mundo. La entrada en familia es el comienzo de su curación. En función de cómo evolucione, se procederá a atender sus áreas más rezagadas, con una asistencia profesional especializada para resolverlas. Por otro lado, el impacto en lo físico es lo primero que recupera.

Las personas profesionales ayudamos a que la convivencia sea un campo abierto de situaciones positivas, de tolerancia y de comprensión frente a los desajustes.

Todo este proceso no es una balsa, más bien es como un río revuelto. La transformación de personas extrañas en una familia no se produce sin conflictos, angustias, miedos e interrogantes tanto en los padres y/o madres como en el hijo o hija. Es un camino que avanza con altibajos, transformando la relación entre ellos y superando sinsabores, miedos, impaciencias, hasta lograr conocerse y entenderse como familia.

Las personas profesionales ayudamos a que la convivencia sea un campo abierto de situaciones positivas, de tolerancia y de comprensión frente a los desajustes. Los padres y/o madres tienen la capacidad de sentirse responsables y pacientes, marcando unos límites precisos, creando normas y favoreciendo el conocimiento de los lugares diferenciales de a cada uno de ellos. Consolidando, así, vínculos de apego lo más seguros que promuevan el desarrollo de los hijos y las hijas.

Se trata de una relación de asimetría simbólica, tal como la plantea Piera Aulagnier, en la cual los padres y/o madres establecen con claridad los límites. Esas líneas imaginarias por donde transcurre la vida de las hijas e hijos, favoreciendo la contención emocional, la seguridad y la constancia para que el sentimiento de inestabilidad y pérdida que traen consigo, se convierta en la seguridad de sentirse en un hogar para siempre. Superando, un poco más, el miedo al abandono.

En el día de homenaje a los niños y niñas adoptadas, 9 de noviembre, no quiero dejar de señalar que la adopción es un proceso complejo, regulado por organismos especializados, autorizados en cada CCAA, con padres y/o madres que deben obtener una idoneidad, una preparación previa que les permita saber que han sido considerados aptos y/o aptas. Se les realizan unas entrevistas psicosociales, unos certificados médicos, se les exigen ciertos niveles de ingreso, una estabilidad en la pareja, sostén familiar y social, una vivienda adecuada, características personales, motivación acorde, capacidades parentales, etc. que concluyen con un informe psicosocial que así lo acredita.

La adopción es un proceso complejo, regulado por organismos especializados, autorizados en cada CCAA, con padres y/o madres que deben obtener una idoneidad.

Como bien decía Freud “la maternidad y la paternidad son el oficio más difícil”. “No hay padres perfectos” (Bruno Bettelheim) pero cuanto mejor puedan aceptar ser tolerantes con los conflictos, autocríticos, contendores, mejor desempeñarán su función. La parentalidad los implica en su historia personal, en la elaboración de su propia castración, en el legado asumido de sus padres y/o madres, en el trabajo personal de cada uno para superar sus propias frustraciones y dolores, lo más profundo de su subjetividad e historia personal. En su capacidad de establecer vínculos, en la superación de sus embarazos perdidos, las TRA que no funcionaron, en su singularidad, que les hacen disponer de mayores recursos para ejercer un rol maternal y paternal y adaptarse a funcionar de a tres, en especial en parejas que han pasado mucho tiempo de convivencia esperando tener descendencia. Aprender a compartir la crianza de un hijo o hija sin hacer alianzas con él o ella dejando a la otra persona integrante de la pareja fuera.

Para resumir:

  • Procurar contención emocional.
  • Transmitir normas claras y precisas.
  • Brindar seguridad y estabilidad.
  • Permitir una buena comunicación para que en su momento se pueda trabajar el tema del origen en las distintas etapas de su vida.
  • Establecer una vinculación próxima, cálida y tolerante.
  • Aceptar el duelo por la no gestación de ese niño o niña.
  • Entender la relación fantasmática con la familia de origen tanto por parte de los padres y/o madres como en los hijos o hijas.

Esto acontece en toda adopción, nacional o internacional, monoparental, homoparental, en familias ensambladas, con o sin hijos o hijas previos, biológicos o adoptivos, en los que los padres y/o madres deben estar capacitados personalmente para el desafío que constituye la parentalidad adoptiva. La capacitación es poder superar conflictos, elaborar duelos, ser flexibles, tolerar la frustración, aceptar los propios límites. Es contener la ansiedad, tener confianza y paciencia, paciencia, paciencia.

En relación con los hijos o hijas adoptivos:

  • Cuanta aptitud de mentalización tiene: se encierra o busca apoyo.
  • Se atribuye a sí mismo/a la causa de la injuria y se culpabiliza o puede escuchar a sus padres y/o madres e ir desculpabilizándose.
  • Analizar las reacciones del entorno familiar y social que lo/la rodean: los mitos y prejuicios de su entorno, la sobreprotección o la exigencia.
  • Una crianza basada en la autonomía progresiva o en la dependencia constante.

La familia adoptiva es singular, diferente, como lo son las familias monoparentales, ensambladas, sin que tengan que perder su singularidad. Cada familia tiene su especificidad, no es por ello mejor o peor que otra. Su diferencia no es valorativa. Es diferente, por tanto, no debe perder su especificidad.

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